Título: 1984
Editorial: Debolsillo
Año de publicación: 1949
Páginas: 352
Género: Ciencia Ficción
Sobre el autor: George Orwell
George Orwell (1903-1950) se llamaba en realidad Eric Arthur Blair. Nada es lo que parece. Nacido en el seno de una familia de clase media en el Raj británico (colonia británica en la India), cursó sus estudios en el colegio inglés Eton, para posteriormente volver a la India, donde formó parte de la guardia Imperial.
En 1928 viajó a París, donde vivió en la indigencia. De allí regresó a Londres, donde trabajó en una librería y como maestro de escuela. Resultado de su vivencia en ambas ciudades fue su primer libro: Sin blanca en París y Londres (1933). Entre 1934 y 1936 publicó tres novelas: Días birmanos (inspirado en sus días en la Policía Imperial Británica), La hija del cura y Mantén en alto la aspidistra, a la que siguió el ensayo El camino del muelle Wigan, donde examina los efectos de la depresión internacional y ensaya las perspectivas del socialismo inglés. Durante la Guerra Civil Española, Orwell fue enviado como corresponsal por un periódico inglés. Allí, conmovido por la revolución que se estaba formando, abandonó su trabajo como corresponsal para unirse como miliciano del POUM (partido marxista) al frente de Aragón. De dicha experiencia surgió Homenaje a Cataluña (1938), adaptada al cine por Ken Loach bajo el título Tierra y Libertad. En 1945 publicó Rebelión en la granja, una irónica sátira de la Revolución Rusa y de cómo ésta fue traicionada por Stalin. Orwell falleció en 1950, sólo un año después de publicarse su obra más célebre, la cual analizamos a continuación, 1948.
A pesar de su temprana muerte, se le sigue considerando la conciencia de una generación y una de las voces más lúcidas que se han alzado contra toda clase de totalitarismo.
Análisis
¿Qué significa ser libre? ¿Cómo conjugamos libertad y seguridad? ¿Qué papel juega la tecnología en todo esto? Dudas que setenta años después de la publicación de 1984 siguen abiertas. La novela de Orwell tiene dos puntos fuertes: calidad literaria y temática inmarcesible. Los juegos de apariencias en sociedad, los déficits de legitimidad en regímenes autoritarios y la insostenibilidad de los mismos, la contracultura enmascarada con falsa obediencia, la diversidad como riqueza, la tecnología en contra de la población y no a su servicio, son algunos de los temas que el autor británico desarrolla. Sin embargo, la tecnología es el vehículo, el sobre dónde metemos la carta, un elemento neutral. El uso que se hace de ella es lo realmente problemático. Orwell nos invita a esa reflexión, enrevesada pero coherente, a través de las casi cuatrocientas páginas de este clásico imperecedero.
1984 es un clásico literario que pone de manifiesto las paradojas de los regímenes totalitarios que asolaron Europa durante el siglo XX. La trama transcurre en un mundo distópico conformado por tres mega estados: Euroasia, Oceanía y Asia Oriental. El protagonista, Winston Smith, vive en la capital de Oceanía, Londres. En este mundo ficticio, la guerra está al orden del día. Los ciudadanos sufren bombardeos periódicos que mantienen a la población en un estado de alerta que roza la histeria colectiva. Una situación de guerra total. En ese contexto, el Partido (la entidad política que subyuga y protege a la población), gobierna con mano de hierro una sociedad jerárquica e hipervigilada. El mundo de 1984 es un mundo sórdido de pobreza material y miseria moral, en el que las largas jornadas maratonianas de trabajo en pro del Partido son la norma, y conseguir artículos de uso diario, como cuchillas de afeitar, es todo un lujo. Además, las relaciones personales libres están prohibidas, y es que el tratamiento de la sexualidad está totalmente reprimido; excepto para los proles (es escalafón más bajo de la pirámide social). El Partido interfiere en cualquier tipo de interacción personal, encargándose incluso de concertar los enlaces conyugales cuyo único fin es la procreación.
Nuestro protagonista, Winston Smith, pertenece a lo que podríamos denominar clase media y su actividad profesional se desarrolla en el polémico Ministerio de la Verdad. Su función principal es acomodar la realidad a los dogmas del partido. Manipular, deformar y censurar la verdad para que encaje con los intereses de los gobernantes. Sin embargo, no parece tragarse el discurso que trata de transmitir, por lo que intentará subvertir, mediante acciones revolucionarias, el orden establecido. En la sociedad en la que Smith le ha tocado vivir, la mentira (hoy diríamos fake news) se ha institucionalizado y la vigilancia es una cuestión crucial. Entre tanto, desde la cima de la pirámide jerárquica observa el Gran Hermano, un misterioso líder que pone rostro humano al poder absoluto que la estructura condensa, y al que se le atribuyen todas las supuestas bondades del régimen. Su contracara es Emmanuel Goldstein, enemigo público favorito de todos. La mitología oficial lo muestra como un importante partícipe de la Revolución, que decidió luego venderse a las potencias extranjeras y desde entonces vive oculto, nadie sabe dónde, irradiando sus nefastas ideas de libertad. Clandestinamente circula el libro, un extenso ensayo cuya autoría se le imputa y que es considerado un compendio de las peores herejías. El mundo que Orwell imaginó en esta novela es un régimen de vigilancia y obediencia estructurado y eficiente, en el cual, una de las piezas clave de dicha estructura de dominación es la telepantalla.
La telepantalla y la teoría del panóptico.
“A la espalda de Winston, la voz de la telepantalla seguía murmurando datos sobre el hierro y el cumplimiento del noveno Plan Trienal. La telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además, mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído. Por supuesto, no había manera de saber si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo único posible era figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Policía del Pensamiento para controlar un hilo privado. Incluso se concebía que los vigilaran a todos a la vez. Pero, desde luego, podían intervenir la línea de usted cada vez que se les antoja. Tenía usted que vivir –y en esto el hábito se convertía en un instinto– con la seguridad de que cualquier sonido emitido sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos serían observados.” (Orwell, 1948: 1)
Las telepantallas y micrófonos son aparatos que recubren las calles y viviendas de Londres. Tienen una función bidireccional, articulando una relación desigual de poder entre observador y observado. Por un lado, emiten propaganda sobre la guerra interminable contra Asia Oriental, conminando a los ciudadanos a no bajar la guardia y entregarse a la voluntad del Partido. Por otro lado, vigilan cualquier movimiento, incluso cualquier sonido mayor al susurro, en busca del más mínimo ápice de rebeldía. La ciudad se convierte entonces en un inmenso plató de televisión en el que nada escapa al ojo inquisitorial del Gran Hermano. Michael Foucault (1926-1984), filósofo icónico francés del siglo XX, desarrolló a lo largo de su extensa bibliografía una teoría que nos ayuda a entender mejor qué trata de transmitirnos Orwell en esta novela: la teoría del panóptico. Un panóptico es una estructura arquitectónica diseñada para cárceles y prisiones. Dicha estructura suponía una disposición circular de las celdas en torno a un punto central, sin comunicación entre ellas y pudiendo ser el recluso observado desde el exterior. En el centro de la estructura se alzaría una torre de vigilancia donde una única persona podía visualizar todas las celdas, siendo capaz de controlar el comportamiento de los reclusos. La clave aquí se encuentra en que los reos no podían ser nunca conscientes de si eran vigilados o no, dado que dicha torre estaba construida de forma que desde fuera era vista como opaca, no sabiendo donde estaba o qué hacía el vigilante. Así, el recluso, incluso cuando no hubiera nadie en la torre, experimentaba la sensación de estar siendo vigilado, hecho que evidentemente modifica su comportamiento con el fin de no ser castigado. El panóptico, diseñado por el también filósofo Jeremy Bentham (1748-1832), fue reinterpretado filosóficamente por Foucault quién veía en la sociedad de la segunda mitad del siglo XX un reflejo de dicho sistema. Para el autor francés, el transcurso de la historia ha provocado que nos sumerjamos en una sociedad disciplinaria, que controla el comportamiento de sus miembros mediante la imposición de la vigilancia cuasi invisible. La teoría del panóptico foucaultiano se basa en ser capaz de imponer conductas al conjunto de la población a partir de la idea de que estamos siendo vigilados (no hace falta que la vigilancia sea real). Se busca generalizar un comportamiento típico dentro de unos rangos considerados normales, castigándose las desviaciones o premiando el buen comportamiento. ¿Cómo? A partir de estructuras normativas basadas en dispositivos como las escuelas, prisiones o psiquiátricos.
En el caso de la sociedad actual, los avances en tecnologías de la información han permitido amplificar el radio de acción del panóptico. De forma voluntaria (pero quizá no libre) exhibimos en redes sociales nuestro día a día. Tal hecho tiene una doble lectura. En primer lugar, la escisión entre vida privada y pública en la que tanto insistió Hannah Arendt (1906-1975) se desvanece; no hay límites claros y cualquiera tiene acceso a información sobre nuestra cotidianidad, no sólo ciertas “élites dirigentes” como en caso de 1984. En segundo lugar, los continuos estímulos que nos llegan a través de esas plataformas preconfiguran nuestra conducta, estableciendo ciertos comportamientos como más normales/aceptables que otros. Los post virales atiborrados de comentarios negativos, en los que hordas anónimas de haters vierten su odio más profundo, nos indican qué no hay que hacer. Aquellos en los que algo tan abstracto como la “comunidad virtual” galardona con likes y buenas palabras nos enseñan qué acciones son aceptables en nuestro entramado social. Michael Foucault falleció el año 1984, casualidades de la historia.
Siguiendo esta línea, afirmaría que el panóptico virtual contemporaneo es percibido por el conjunto social como un espacio de libertad, fuertemente marcado por cierta ideología felcista fascista?. Tenemos la obligación, impuesta por ese entramado virtual de apariencias, de demostrar lo felices que somos constantemente, lo cual convierte nuestras vidas en una competición estéril e infinita. Como defiende el filósofo coreano-alemán Byung-chul Han en La sociedad de la transparencia (2013) nos hemos convertido en víctimas y verdugos. Nadie nos obliga a exponer todos nuestros pensamientos, como mostraba Orwell en 1984. En cambio, ahora, somos nosotros mismos los que nos exponemos voluntariamente en las redes sociales. De ahí que más arriba haya señalado que, pese a ser una acción voluntaria, no podemos afirmar que sea del todo libre. Asimismo, si aceptamos que no son acciones libres sino fruto de la presión social de nuestro entorno ¿hasta qué punto son voluntarias? El pez que se muerde la cola.
Ferran Esteve, periodista, investigador e ilustrador español, reflexiona en su artículo Orwell en tiempos de reconocimiento facial sobre la vigencia del libro setenta años después de su publicación. En dicho artículo, el creador del fanzine Proun, nos interpela acerca de nuestras sensaciones sobre los recientes desarrollos en el campo de la inteligencia artificial y cómo estos nos acercan a escenarios descritos en 1984. El reconocimiento facial, por ejemplo, pese a cosechar críticas desde amplios sectores sociales en EEUU, está tomando un carácter perturbador en China.
China ha ido ya un paso más allá.
“Los avances en macrodatos e inteligencia artificial, combinados con la extensa red de cámaras de videovigilancia ya presente en el país, son un campo abonado para el testeo y la implementación de experimentos avanzados de control social. El más emblemático es el llamado Sistema de Crédito Social. Aún en periodo de pruebas, aspira a combinar toda la información personal y de comportamiento de la población y las empresas para asignarles un nivel de confianza, que luego se puede reducir o incrementar. Donar dinero a una ONG suma puntos, del mismo modo que cuidar a personas mayores o dejar en buen estado una habitación de hotel. En cambio, no pagar una multa los resta, pero también puede hacerlo comportarse mal en el transporte público o fumar en un hospital.
Un buen crédito social puede significar rebajas en las facturas o usar ciertos servicios sin tener que dejar fianza, por ejemplo. Uno bajo, puede penalizarse con un acceso limitado a préstamos bancarios o a buenas escuelas para la familia, entre muchas otras posibilidades. En el peor de los casos, y para aquellos comportamientos que el gobierno considere especialmente perjudiciales, se puede entrar en una lista negra con mayores restricciones, como no poder comprar billetes de avión o adquirir una propiedad”
En “Caída en picado” (primer capítulo de la tercera temporada de Black Mirror) se nos presenta una sociedad en la que cualquier actividad es susceptible de ser valorada por los demás. En ese contexto, todo el mundo está obsesionado por escalar posiciones en el ranking personal-social a base de buenas valoraciones. Todos tienen un ranking social de 1 a 5 estrellas, al estilo de muchas de las aplicaciones que ya existen para conocer gente. La puntuación de cada persona como valoración social es tan importante que la mayoría de servicios no dependen tanto del dinero como de la puntuación que tienen los compradores. El alquiler de viviendas, los vuelos en clase VIP, los eventos de interés etc. En ese escenario, la protagonista, obsesionada por alcanzar el 4,5 para así poder vivir en el apartamento de sus sueños, acaba cosechando una amalgama de desgracias que la hundirán en una profunda frustración.
El Sistema de Crédito Social, así como se explica en el artículo, representa la materialización de “Caída en Picado”. Sin embargo, ¿cuáles son los criterios para evaluar a mis compatriotas? Difícilmente serán criterios objetivos, pues la moral de una comunidad depende de la subjetividad hegemónica. Lo bien visto difiere mucho de una sociedad a otra, por lo que podemos inferir que no existe una base objetiva que lo sustente. Se trata, simplemente, de construcciones discursivas que han prevalecido por encima de otras en el transcurso histórico. No hay nada de verdad ahí, entendida como concepto universal, simplemente acuerdos tácitos reproducidos y aceptados. Además, dentro de una misma sociedad también encontramos desviaciones que establecen lo que Albert Cohen (1895-1981) llamaría subculturas. Entidades colectivas formadas por personas que comparten los mismos problemas de adaptación, es decir, grupos que precisamente se definen por su desapego a las normas y costumbres de la sociedad en la que viven.
La timidez o simplemente ser introvertido, en la actual sociedad del espectáculo y la transparencia, no atrae muchos likes. Dentro de la lógica de crédito social, ¿podría llegar la hipotética situación en la se negara el acceso a cierto tipo de vivienda a una persona por el simple hecho de ser tímido? Esperemos que no llegue aunque las cosas estén cambiando tan rápido. China reúne en su seno lo peor del totalitarismo burocrático y el libre mercado, un cóctel explosivo. Aun así, este tipo de iniciativas nacidas en el país asiático no deberían parecernos tan descabelladas. No debemos olvidar que ya existen en nuestras sociedades ciertos perfiles con privilegios acentuados por el simple hecho de saber aprovechar su carisma en redes. Hablamos de los influencers. El nombre nos da pistas, sea lo que sea aquello que hacen, influyen en los demás. Por tanto, su capacidad de influencia es su rasgo definitorio, independientemente del valor real o metafísico de aquello que hagan. Esa capacidad de resonar, les permite acceder a eventos exclusivos, vestir ropas de marca sin abonar ningún importe, rodearse de famosos y estrellas del deporte, viajar alrededor del mundo, etc. Cómo pasaba en “Caída en Picado” el dinero pasa a un segundo plano, siendo la valoración social el enclave que articula la calidad de vida de una persona. Al ritmo acelerado al que vamos, en pocos años, Black Mirror nos parecerá novela histórica.
Todos estos dilemas aparecen en el buque insignia de la obra de Orwell, 1984. A pesar de su relativa antigüedad, es uno de esos libros que va reactualizándose generación tras generación, encontrando acomodo incluso hoy en día. Isaac Asimov (1920-1992), prolífico escritor ruso, dijo que 1984 que era una novela más comentada que leída. Es algo que solo puede ocurrir cuando un relato se convierte en icono de la cultura popular.
Dudas abiertas:
- ¿Crees que la sociedad planteada en el libro tiene alguna similitud con la nuestra?
- ¿Cuáles son los criterios que sigues para poner un comentario positivo o negativo en redes sociales? ¿Crees que tiene alguna repercusión?
- ¿Cómo tratas de contrastar, si es que lo haces, la información que recibes a través de plataformas como Facebook o whatsapp?
- En el libro aparece el Ministerio de la Verdad que podríamos definir como una institución al servicio de la manipulación social. Si existiera de verdad, la creación de fake news sería una sus tareas rutinarias ¿Qué características crees que debe tener una noticia para ser considerada fake? ¿Son simplemente noticias falsas o añaden cierta intencionalidad basada en intereses particulares?
- ¿Mayor seguridad implica necesariamente menor libertad?
- ¿Sabes qué significa el concepto de “huella digital” cuando nos referimos a nuestros dispositivos móviles?
- ¿En un mundo hipervigilado, crees que somos realmente nosotros o fingimos ser quien se espera que seamos?