Título: Las hijas de Tara
Editorial: Ediciones SM
Año publicación: 2002
Páginas: 270
Género: Ciencia Ficción (subgénero CyberPunk; nivel recomendado 2ºESO)
Sobre la autora: Laura Gallego García
Laura Gallego es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia. Su tesis doctoral versa sobre el libro de caballerías del siglo XVI, Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández. Gallego es una escritora muy precoz (escribe su primer libro con 11 años, aunque no publica nada hasta los 25) que tiene en su haber galardones como el premio El Barco de Vapor (1998), premio Cervantes Chico (2011) y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (2012). En sus escritos ha explorado gran parte de los temas literarios: comienza escribiendo literatura histórico-fantástica, con su novela Finis Mundi; pero prueba también la ciencia ficción con obras como Las hijas de Tara que desgranamos a continuación.
Análisis:
Las hijas de Tara es una novela de ciencia ficción ambientada en un futuro distópico. La trama se desarrolla en un planeta tierra devastado por la contaminación y la radiación. En ese contexto, se erigen dos modelos de comunidad: las ciudades hipertecnológicas dominadas por megacorporaciones (Dumas) y la naturaleza salvaje (Mannawinard). Entre ellas, a modo de separación, páramos áridos repletos de mutantes y criaturas extrañas debido a los altos niveles de contaminación que la humanidad ha generado en su frenético desarrollo tecnológico. El libro combina narrativa alegre y personajes con caracteres dispares, un cóctel literario que el lector agradece a lo largo de sus doscientas setenta páginas.
La historia principal versa sobre dos jóvenes antagónicas y un descubrimiento desconcertante. Kim, mercenaria de la Hermandad del Ojo de la Noche y urbanita convencida, representa el sentido común de las Dumas: creencia absoluta en la biotecnología y la robótica como solución a todos los problemas que la naturaleza siempre ha generado a mujeres y hombres. Ella misma tiene implantes biotecnológicos en su cuerpo como visión nocturna integrada y audición mejorada, entre otros. Keyko, por el contrario, encarna el espíritu de Mannawinard: rechazo de todo aquello artificial que ha convertido muchas zonas del planeta en rincones inhabitables. Pese a sus significativas diferencias, los valores éticos y el sentido de justicia son el hilo de conexión que las une. Además de las protagonistas, encontramos un descubrimiento desconcertado llamado Adam, un biobot algo singular. Los biobots son el artilugio estrella de las Dumas, se trata de unos bustos robóticos de apariencia humana capaces de autoconstruirse su propio cuerpo en función de los servicios demandados por el cliente. Su bajo coste, junto a su versatilidad, convierte este aparato en una magnífica herramienta para los habitantes de la Duma ya que su abanico de posibilidades es enorme. Sin embargo, el caso de Adam es diferente pues desarrolla un comportamiento más cercano al humano que al de sus demás congéneres. En ese sentido, ¿Qué implicación moral tiene tratarlo como una simple herramienta? Kim y Keyko, de forma implícita, tratan de resolver esa pregunta entre persecuciones trepidantes y aventuras eclécticas.
En paralelo encontramos algunos temas transversales que creo conveniente destacar: las repercusiones catastróficas del cambio climático, los dilemas éticos asociados a la Inteligencia Artificial, la definición del concepto de libertad, las desigualdades sociales en base a la capacidad de acceso a ciertas tecnologías y una ontología de la divinidad (mientras en Mannawinard siguen anclados en una mitología trascendental, en la Duma la divinidad parece ser inmanente, representada por esas megacorporaciones capaces incluso de crear vida). Este subtexto, el cual representa para mí lo más interesante de la obra, ejemplifica una representación ficcionada del concepto alienación acuñado por el filósofo prusiano Karl Marx (1818-1883) en el siglo XIX.
Marx utiliza este concepto principalmente para criticar el proceso de extrañamiento del obrero respecto a su producto de trabajo a causa del modelo capitalista industrial decimonónico. El modelo fordista de producción había segmentado, a través de la cadena de montaje, el trabajo del obrero. Por tanto, la sensación que este tenía respecto al producto final de su trabajo distaba mucho de la de los antiguos artesanos, los cuales participaban en todo el proceso, desde la elección del material hasta su acabado . Es decir, los obreros de grandes compañías como Ford, no se sentían representados (estaban alienados) por los automóviles de la marca ya que su función se limitaba, posiblemente, a remachar tornillos durante doce horas. En consecuencia, el trabajador interpreta el producto de su trabajo como un objeto ajeno, un elemento de dominación que no controla en absoluto; encima es un tercero el que extrae los réditos. Además, dicha segmentación facilitaba el intercambio de un trabajador por otro, ya que el proceso de aprendizaje era menor. Por tanto, aumenta la competitividad entre los trabajadores, aparecen rencillas entre ellos, lo cual propicia la alienación del obrero respecto a los de su misma clase social. Todo ello, nos da una explicación para entender la angustia existencial que, entre otros factores, propició las revoluciones obreras de inicios del siglo XX.
Aunque esa es su principal acepción, el fundador del materialismo histórico, va un poco más allá. Existe también una alienación del trabajador respecto a la naturaleza. Respecto a todos aquellos elementos materiales que ya no escoge, sino que le vienen impuestos en esa lógica de dominación expuesta anteriormente. Siguiendo ese hilo, creo que Las Hijas de Tara nos expone dos nuevas líneas de alienación. Una sociedad (la Duma) donde la naturaleza se define como un elemento hostil a la humanidad, ajeno, en el que no se ve representada (la naturaleza genera enfermedades, nos obliga a morir, estipula limitaciones, etc.). Por otro lado, encontramos Mannawinard, donde la utilización de implantes biotecnológicos es interpretada como un sistema de alienación respecto del propio cuerpo; la tecnología en lugar de simplificar nuestra vida, bajo ese sentido común, ejercería de fuerza dominadora, ¿hasta qué punto sigue entrando en la categoría de humano un ser cuasi inmortal, dotado de características más propias de un superhéroe de Marvel?
En mi opinión, la pregunta pertinente entonces sería: ¿estamos obligados a posicionarnos en uno u otro sentido o, por el contrario, es posible un equilibrio entre ambas posturas? Evidentemente, nuestro mundo está muy alejado del escenario descrito en el libro pero la biotecnología y la inteligencia artificial están cada vez más presentes. En el año 2019, investigadores de la Universidad de Tel Aviv han sido capaces de crear un corazón que palpita, hecho con tejido humano, a través de una impresora 3D. Los biomateriales y la impresión de órganos funcionales están en boga. Las posibilidades que abren tecnologías como estas son extraordinarias. Por ejemplo, la vitrificación de óvulos, la selección genética embrionaria (embriones cribados para evitar enfermedades hereditarias) y otras técnicas de hibridación entre biología y tecnología ya son ahora mismo posibles. Sin embargo, ¿qué impacto producirán en la sociedad?, ¿todo el mundo tendrá acceso a ellas o generarán una escisión aún más profunda respecto a los colectivos marginales?, ¿Podremos en el futuro eliminar ciertas enfermedades del catálogo?, ¿será posible olvidarnos para siempre de los infartos y las malformaciones congénitas? Quizá los tecnólogos del futuro nos aporten algo de luz al respecto.
El otro gran tema, la repercusión medioambiental de nuestro afán de progreso, también nos interpela en este libro. El cambio climático es una realidad, hay estudios que vaticinan que para finales del siglo XXI la temperatura media del planeta podría elevarse entre 2 y 6 grados centígrados. Este nuevo escenario de temperaturas en la Tierra alteraría las pautas de las precipitaciones, alargando las sequías y provocando un incremento del nivel del mar. El tiempo corre en nuestra contra. Recientemente se firmó el Acuerdo de París (2016) que en 2020 sustituirá el actual Protocolo de Kioto. En él se marcó como objetivo que, a final de siglo, la temperatura media global aumente como máximo entre 1,5 y 2 grados. ¿Cómo lo conseguimos? Aunque la tecnología, en tanto producto industrial, ha contribuido al alza de los niveles de contaminación, parece que también será ella la única capaz de sacarnos del enredo. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) defiende que la línea de investigación principal tiene que ser cómo capturar el C02 en su lugar de origen y tras ello transportarlo comprimido a un lugar de almacenamiento apropiado. Por ejemplo, el geólogo de la Universidad de Columbia Peter B. Kelemen, junto a su equipo científico, está investigando las formaciones rocosas de sultanato para averiguar cómo controlar y acelerar el proceso de mineralización del carbono, abaratando sus costes. Pero no acaba aquí, en Islandia, la empresa Carbfix, ya está manos a la obra. En ese país se creó la primera planta piloto de captura de carbono (2017). Se trata de una central eléctrica capaz de capturar el C02 y convertirlo en mineral sólido, por tanto su huella de carbono es inexistente. Sin embargo, la confianza ciega en la tecnología, como elemento cuasi mesiánico de redención de nuestro pecados también recibe críticas. Michael Norton (EASAC), aseguró en su informe de Febrero del 2018 que las expectativas son excesivamente optimistas. El director del programa medioambiental del Consejo de Ciencias Europeo señaló en dicho informe que la solución principal es replantearnos cómo consumimos y producimos para hacer de la sostenibilidad un modo de vida. Por tanto, la realidad nos demuestra que el único modo de revertir nuestros excesos pasa por una combinación entre la Duma y Mannawinard, entre respeto a la naturaleza y tecnología.
Extraído de:
https://hablandoenvidrio.com/el-maridaje-entre-tecnologia-y-cambio-climatico/
Ya por último, me gustaría detenerme en la ventana que abre la relación de los humanos y los biobots en la novela. Los límites entre inteligencia artificial y sujeto que padece (categoría que otorga a un individuo un conjunto de derechos) es ínfima en Adam, el biobot “especial” que aparece en el libro. Así como los animales, definidos como sujetos que padecen aunque no siempre ha sido así, han visto aumentado su rango de derechos a lo largo de la historia (como ha pasado con etnias y razas esclavizadas durante centurias), nuestra relación con los robots también podría virar en un futuro. En resumidas cuentas, Las Hijas de Tara nos ofrece entretenimiento y reflexión a partes iguales, así como un espacio de empoderamiento femenino, ya que los personajes que llevan las riendas de la trama son mujeres fuertes, inteligentes y empáticas.
Dudas abiertas para debate:
- ¿Cuál consideras que es la tecnología, de las que aparecen en el libro, más necesaria hoy en día?
- ¿Consideras que el acceso a determinadas tecnologías puede contribuir a acentuar las desigualdades entre clases sociales en el futuro?
- La tecnología avanza muy rápido, ¿crees que entendemos totalmente las implicaciones de aquello que creamos?
- El cambio climático es una realidad, ¿por qué crees que en libro pese a la impresionante capacidad tecnológica que se nos muestra en las Dumas no se ha hecho nada para descontaminar los páramos? ¿Crees que se refiera a la importancia de saber hacia dónde apuntar nuestro conocimiento?
- ¿Qué define nuestra condición de humanos? ¿seguimos siendo humanos aunque modifiquemos nuestros componentes? ¿Cuál es el límite?