Título: Las otras. Antología de las mujeres Artificiales
Editorial: Eolas
Año de publicación: 2018
Género: Antología de relatos breves (Ciencia ficción)
Páginas: 337
Edición y selección de textos: Teresa López-Pellisa
Teresa López-Pellisa es Adjunto Doctor en el Departamento de Filología Española, Moderna y Clásica de la Universitat de les Illes Balears. Doctora en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, Licenciada en Teoría de la Literatura Comparada por la Universitat Autònoma de Barcelona y Licenciada en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid. Sus líneas de investigación se centran en la literatura de ciencia ficción y sus relaciones con la realidad virtual, literatura y cibercultura, teatro y nuevas tecnologías y estudios de género.
Entre sus publicaciones hay que destacar Historia de la ciencia ficción en la cultura española (2018), Patologías de la realidad virtual y Cibercultura (Fondo de Cultura Económica, 2015), y la coedición de Visiones del fantástico en la cultura española (1970-2012) (E.D.A. Libros, 2014) y Ensayos sobre ciencia ficción y literatura fantástica (Universidad Carlos III, 2009), además de la antología Las otras. Antología de mujeres artificiales.
Análisis:
Las otras es una antología que busca incomodar desde el principio. Esta pieza literaria de Ediciones Eolas no nos brinda finales felices, más bien registra con finales abiertos las buhardillas de nuestra moralidad. La obra contiene escritoras y escritores hispanohablantes, sean de España o América Latina, distribuidos en tres marbetes: Mujeres Virtuales, Mujeres Biotecnológicas y Mujeres Robóticas y Muñecas. Los veintiséis relatos que encontramos son: Muñeca cambia (Alberto Chimal); Querub (Mar Gómez Glez); Cambio de sentido (Pablo Martín Sánchez); El puente (José B. Adolph); Sexbot (Raúl Aguilar); Doble de cuerpo (Lina Meruane); El eterno femenino (Sergio Gaut velo Hartman); Hijas de Lilith (Elia Barceló); Sed (Ricard Ruiz); Artificial (Edmundo Paz Soldán); Exactamente tú costilla (Yoss); Mujer miedo elección (Diego Muñoz Valenzuela); La pregunta de todos los días (Sofía Rehi); La oda de Dios (Iván Molina Jiménez); (La estrella de la mañana) Jorge Baradit; Cyber-proletaria (Claudia Salazar); Una leyenda (José María Merino); Dulce amor (Angélica Gorodischer); Kitzka 2.1 (Naief Yehya); Deirdre (Lola Robles); Simulacro, seguido de Cuidado como las mujeres Ana María Shua); Sad end (Patricia Esteban Erlés); Hijos perfectos para sistemas imperfectos (Gerard Guix); Wendy (Guillermo Samperio); La trampa y la presa (Juan Jacinto Muñoz Rengel); Casa cono muñecas (David Roas).
Así pues, mujeres virtuales, biotecnológicas o robots, las tres categorías en que se distribuyen los relatos, no unifican más que por materia prima las narraciones. Todas ellas son diversas y atractivas, con una escritura que fluye, aunque sea –por supuesto- muy dispar en estilos, entre propuestas muy personales como la expresión deliciosa y metafórica de Patricia Esteban Erlés en «Sand End» o las concisas prosas líricas de «Simulacro» e «Imitación» de Ana María Shua. Por otro lado, es inevitable asociar ciertas trazas de realismo sucio norteamericano, con una prosa áspera y lasciva, en «Cambio de Sentido» de Pablo Martín Sánchez. Pero aquí no acaba la cosa. Algunos relatos desarrollan universos amplios, donde entrevemos las características principales de la sociedad donde se ubican, a pesar de la brevedad del texto, como «El eterno femenino» de Sergio Gaut Velo Hartman o «Ella vendrá de nuevo» de Yoss; otros se centran de forma casi analítica en un instante, donde no importa nada más que la relación entre humano y artificio, dentro de un espacio vacío que pareciera tampoco hace falta rellenar, como sucede en «Sed» de Ricardo Ruíz Garzón. El detallismo exquisito y el ritmo pausado que despliega Ruíz Garzón son vehículos suficientemente potentes como para redondear la historia. Además, encontramos relatos como «Hijos perfectos para sistemas imperfectos» de Gerard Guix donde nos interpelan sobre temas tan espinosos como si la maternidad es un derecho o una capacidad que ofrece la naturaleza y punto. ¿Puedes experimentar un vacío existencial similar a la viudedad cuando tu pareja es un robot? ¿Puede existir celos y violencia de género en este tipo de relaciones? Si lees con atención «La trampa y la presa» de Juan Jacinto Muñoz Rengel, quizá encuentres una respuesta.
Las relaciones más allá de la heteronormatividad también tienen cabida, como se ve a «Kitzka 2.1» de Naif Yehya. Claro, uno se pregunta, ¿qué sentido tiene utilizar conceptos como heterosexual u homosexual cuando el que nos narran es la relación entre un humano y una máquina? ¿No nos deberíamos olvidar de estas diferenciaciones en este contexto? ¿Por qué, a pesar de no tener nada que ver, proyectamos las categorías del presente intentando explicar los fenómenos del futuro? Cuando, leyendo Las otras, aparecen estas preguntas en nuestra mente, es cuando empiezas a entrever lo que Teresa López-Pellisa nos propone. La mayoría de relatos son el antónimo de narraciones de liberación o empoderamiento femenino. Excepto algunos relatos, se representa la figura femenina (sea humana o artificial) más sumisa que nunca. ¿Qué nos quiere decir López-Pellisa con esto? Dejar patente que resulta más sencillo imaginar mujeres biomecánicas, vertederos radiactivos donde proliferan mutantes, prostitutas holográficas tangibles o tecnologías imposibles que desterrar de nuestro pensamiento las desigualdades de poder o la jerarquía patriarcal: “Tengo partes cibernéticas y partes orgánicas, soy un híbrido. Pero en mí universo no existen los géneros, no hay sexos. Eso es nuevo. No sabía que significaba ser mujer… uno hombre” (López-Pellisa: 2018, 165 [Mujer miedo elección; Muñoz Valenzuela]. ¿Partes cibernéticas y otras orgánicas? Hasta aquí mi racionalidad llega, pero ¿Ausencia de géneros y sexos? Esto se nos escapa.
Otro gran dilema tratado en la obra es hasta qué punto nosotros mismos somos artificiales: “no sabía si la amaba, ni si ella me amaba a mí, pero lo hice. A algarrobas actuamos sin lógica: miedo eso somos humanos y no máquinas” (López-Pellisa: 2018, 147 [Ella venderá de nuevo, Yoss]). Hay una reivindicación constante, el anhelo de diferenciación, es decir, intentar descifrar si, cuando los rasgos físicos ya no sirven para discernir un humano de una máquina, existe algo que marqué la frontera. Estrechamente relacionado con esta cuestión encontramos la que, para mí, representa la gran incógnita de la antología.
¿Qué es una mujer?
En el prólogo, Teresa López-Pellisa nos lo deja claro: “las otras son aquellas que no somos nosotras, y en esta antología las otras son mujeres artificiales”. Todo y las disimilitudes entre los diversos cuentos, encontramos un hilo conductor, la representación patrilineal de la mujer artificial. Una mujer que, en cuanto que artificial, acontece objeto de uso y abuso; representando los deseos heteropatriarcals más obscenos y perversos: “Aquí, miedo si aún no té habías dado cuenta, fabricamos “Traunfrauen”, sueños masculinos hechos carne” (López-Pellisa, 2018: 105, [Hijas de Llilith; Elia Barceló]). No obstante, el que realmente esconde este conjunto de relatos es una pregunta, encubierta, implícita pero evidente: ¿qué es una mujer? La respuesta no se encuentra a los textos, sino que, partiendo de ellos, nos vemos obligados a cuestionárnoslo. Porque la feminidad no es un conjunto de atributos biológicos sino una construcción cultural que imprime ciertos roles sociales a sujetos concretos. El dilema no es nuevo. A principios del siglo XX, Simone de Beavoir (1908) se preguntaba lo mismo:
«Pero, en primer lugar, ¿qué es una mujer? «Tota mulier in utero: es una matriz», dice uno [«Toda la mujer consiste en el útero»]. Para indicar que la mujer está condicionada por su constitución biológica. Sin embargo, hablando de ciertas mujeres, los conocedores decretan: «No son mujeres», pese a que tengan útero como las otras. Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente, de la Humanidad; y, sin embargo, se nos dice que «la feminidad está en peligro»; se nos exhorta: «Sed mujeres, seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres.» Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer.” (Beauvoir; 2: 1949)
La teoría feminista de tercera oleada, posmoderna y postestructuralista, donde podríamos situar la figura de Judith Butler (1956), también ha trabajado esta cuestión en las postrimerías del largo siglo XX. Según la filósofa judía tanto el género como el sexo son productos que se dan en un espacio, tiempo y entorno social concreto. Estas nociones, además, encubren las condiciones de posibilidad de la hegemonía masculina y el poder heterosexista. Por lo tanto, según ella, la misión del análisis feminista es deconstruir esas nociones que articulan discursos naturalizados por todos nosotros y que reproducen relaciones asimétricas entre iguales. El eterno femenino es el que designamos como inmutable entre las mujeres, la feminidad, aquel conjunto de atributos que convierten alguien con mujer dando uniformidad a un colectivo que está formado por individuos dispares, incluso contradictorios. Es una categoría excluyente, donde se pasa la criba marginando aquellas que no lo aceptan. La propuesta de Butler consiste al abandonar esta idea esencialista de la feminidad, demostrando que cuando utilizamos el adjetivo ‘femenino’ no estamos profiriendo una proposición descriptiva sino performativa. ¿Qué quiere decir esto? La diferencia entre una proposición descriptiva y una performativa es que la primera expone un conjunto de características del objeto, mientras la segunda exprés la actitud del sujeto hacia el objeto. Con un ejemplo artístico queda mucho más claro: imagina que nos encontramos mirando un cuadro de Picasso en un museo. Después de observarlo con atención proferimos las siguientes proposiciones: (1)’este cuadro es un Picasso’; (2) ‘este cuadro es una obra de arte’. A pesar de compartir la misma forma gramatical, la intención de las oraciones es considerablemente distinta. Mientras (1) expresa un dato corrobórala por medio de la información que tenemos al alcance, (2) apunta a otro lugar. El que expone (2) es que en mí me gusta la obra, pero no como me gusta comer pan con sobrasada, en un sentido estético (no objetivo). Es decir, considero que tiene ciertas características no numerables, ambiguas, parecidas pero no idénticas, que relaciono con otros objetos que he visto en el pasado y que puedo englobar bajo la categoría ‘obra de arte’. Lo mismo pasa, guardando las distancias, con el concepto mujer que contiene en su interior la noción de ‘femenino’. No hay una lista de atributos numerables y precisos que hagan referencia, pero todos tenemos una idea general de lo que significa. Siguiendo esta línea, si no hay una referencia objetiva del concepto, los atributos que la conforman podrían ser otros. De hecho, podríamos incluso eliminarlo, prescindir de él, o cambiarlos por otro que, a pesar de ser igual de impreciso, no sirva para justificar situaciones de desigualdad. Esta es la postura que defiende Butler y no le falta razón. Todo esto se encuentra, entre líneas, en Las otras. Solo hay que acercarse lo suficiente, sin dejarnos embaucar. A saber, no mirar el dedo sino a la luna, cuando el sabio apunta hacia ella.
Conclusiones:
Las otras no es una publicación novedosa en perspectiva de género. Más bien, se encarga de exponer y mantener los estereotipos sexistas que atraviesan la historia de la literatura; poniéndonos ante el espejo de nuestras propias miserias. No obstante, la brevedad y calidad de los textos, permite una lectura alegre. La desconexión entre relatos (todos transcurren en ambientes y con personajes distintos) permite extraer una multiplicidad enorme de interpretaciones posibles. Más de una por relato. Esta complejidad de la sencillez consigue atrapar el lector pues, como normalmente pasa con los relatos breves, a veces es más importando aquello implícito que lo explicitado.
Para terminar, también mencionar que, dada la gran cantidad de escritoras y escritores se agradece el apéndice bio-bibliográfico incluido hacia el final. Gracias a él es sencillo situar estas personas y ponerlas en contexto.
Dudas abiertas:
- ¿Queremos robots en nuestras vidas? ¿Por qué? ¿Para qué?
- ¿Quién crea los robots?
- ¿Podemos crear robots? ¿Qué hay que estudiar para crear robots?
- ¿Quién se beneficia de los robots?
- ¿Cómo van a cambiar los robots el mundo? ¿El trabajo, las ciudades, los barrios, las tiendas, la escuela, los hospitales, el cuidado de las personas dependientes, los negocios,…?
- En un mundo robotizado ¿Qué nos hará más humanos?
- ¿Cómo se puede beneficiar cada persona de los robots?
- ¿Crees que puedes definir qué es una mujer?
- ¿Cómo crees que debería ser una mujer artificial?
- ¿Un robot tiene que tener género y sexo? ¿Es necesario o no hace falta?
- ¿Los robots tienen que tener forma humana?
- ¿Los robots tienen que servir para sustituir las carencias afectivas de los humanos?
- ¿Hay robots que trabajan para la industria y otras que trabajan para la vida cotidiana. Creus que los robots pensados por un hombre o por una mujer serían iguales o diferentes? Harían los mismos trabajos/cosas?
- ¿Qué relato te ha gustado más? ¿Por qué?